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lunes, 26 de enero de 2015

Cuentito: Mementō mori. (Recuerda que morirás)

Hola!!Sé que hace más de un mes no publico nada (aunque nadie lo haya notado), pero hoy traje algo más trabajado que lo que solía publicar. 
Empecé el 2015 con esta idea, la de aprovechar cada día estando consciente de que el tiempo no vuelve. Es que a veces nos arrepentimos de no haber hecho algo cuando ya es tarde, cuando ya no somos los mismos de antes o cuando las ausencias comienzan a abundar. En fin, espero que esto le guste a quien lo lea :)

Mementō mori



En días como este, me entran unas irrefrenables, compulsivas, desmedidas y locas ganas de vivir, de correr por el pasto liso que me rodea, de cantar serenatas a las señoras serenas que están a mi lado, de reír.
La tibieza del mediodía hace que recuerde los almuerzos con guisos de arroz en la cabaña familiar cerca del río, en el que nos bañábamos después de jugar toda la tarde con el perro del vecino. Íbamos allí cada verano, hasta que cumplí 10 años. Después volví a los 17, buscando un poco de soledad.
Mamá nos gritaba a mi hermano y a mí porque dejábamos que el perro nos ensucie de pies a cabeza con la arena oscura de la playa. Escuchábamos su llamado, jugábamos una carrera para decidir quién era más veloz y nos limpiábamos los zapatos antes de entrar. Papá se reía de nosotros y le decía a nuestra madre que solo éramos niños, niños felices, y que nos dejara ser así. Ya llegarían los momentos para preocuparse de verdad.
También solíamos jugar con una niña a la que le faltaba un diente. Su lengua asomaba por la ventanita oscura dentro de su boca, y nos parecía increíble. Nosotros le mostrábamos que podíamos eructar las letras del alfabeto y ella nos invitaba a merendar unas galletas que hacía su mamá. Eran bastante duras, con razón. No recuerdo su nombre, pero eso no importa ahora, después de tantos años.
Regresé a la cabaña el otoño en que se separaron mis padres, el viento frío me lamía la cara cuando la vi acercarse. Ella había dejado de ser una especie de duendecillo del bosque para convertirse en una mujer preciosa. Fue cuando volví a encontrarme con aquella quinceañera ,con flores en vez de mejillas, que comprendí que la primavera no es una estación, sino un estado, y fue la primera que me besó y mordió mis labios con todos sus dientes, ya sin la misteriosa ventanita. El cantar de las cigarras me habla de ella, de sus grandes ojos pardos que aceleraron mi corazón por primera vez, y de su cabello oscuro, que me perdió con su aroma en el primer abrazo.
El sol se filtra por un claro cercano, la brisa estival trae el aroma de unas gardenias que plantó en primavera la señora Azul. Los recuerdos vienen a mí como los pajarillos a la fuente que hay en el patio central. Y sí, ¿qué puedo hacer además de recordar?

El que había sido un hombre escuchó unos pasos suaves aproximándose a donde él se encontraba. Dejó sus cavilaciones y dirigió lo que hubiera sido una mirada hacia un sendero por el que venía una muchacha de cabello largo y postura desafiante. Se asemejaba,sorprendentemente, a la última mujer a la que había amado, esa que le había robado el aliento -literalmente-, y cuyo hermano le había regalado como bienvenida a la familia ese hueco cerca del corazón, que de vez en cuando acariciaba cuando se acordaba de ella.
Asombrado, se puso de pie e hizo el ademán de acomodarse el peinado, cosa bastante inusual en alguien con su aspecto cadavérico y lampiño. Ella cruzó, indiferente, a su lado. Quizás no lo notó por las lágrimas que salían de sus ojos e iban a bañar el ramo de flores que guardaba en sus manos. Quizás porque la figura erguida a su lado se asemejaba más a unas ramas que a un hombre. Quizás por el silencio sepulcral que había llegado con la hora de la siesta.
Una nube gigantesca cubrió con una sombra densa la pradera donde las dos figuras habían convergido. Los pájaros negros, en las copas de los árboles, observaban la escena con atención mientras rompían el aire con sus graznidos descompasados.
- No sabés cuánto te extraño- susurró la muchacha, que se había arrodillado para dejar las flores en el suelo.
-Es en vano, lo muertos no escuchan- quiso decirle él, pero recordó que tampoco hablan, ni hacen nada.
El muerto estuvo largo rato meditando al lado de la joven, que murmuraba una plegaria, y cuando ella se fue, él volvió a su lugar, apoyando la cabeza en su cabecera de piedra blanca, deseando poder vivir para espantar a esos pájaros que no dejaban de chillar.




Que este lunes haya dado inicio a una buena semana, y si no fue así, mañana te puede ir mejor :)

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